MONS.
AGUER PRESIDIÓ EL TEDEUM DEL 25 DE MAYO, EN LA CATEDRAL DE LA PLATA.
Al comenzar la solemne
celebración.
Jornada histórica de fe y patria.
El Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer,
presidió en la Catedral el tradicional Tedeum, por un nuevo aniversario
de la Revolución de Mayo de 1810.
La siguiente es una síntesis de sus valientes y
esclarecedoras palabras:
Sostuvo que “fueron los soldados quienes
soliviantaron a los vecinos más audaces y participativos de esa ciudad dormida,
para que exigieran que Cisneros se hiciera a un lado. De allí nació el mito de
‘el pueblo quiere saber de qué se trata’.
El pueblo, en realidad, eran fundamentalmente los
militares, que movilizaron a un puñado de patriotas.
Entonces nació la Segunda Junta, que la
historia llama ‘Primera’. En ese gesto audaz están implícitas las Provincias
Unidas del Río de la Plata, y la futura Nación Argentina.
La lista de los miembros salió de los cuarteles,
mal que les pese a algunos ideólogos, y a la distracción de historiadores
oficialistas.
Por
supuesto, la Junta se atribuyó el poder, en nombre del Rey Fernando VII,
cautivo de Napoleón.
En la
lista figuraba como segundo secretario el doctor Mariano Moreno, que no tomó
parte alguna de la aventura conspirativa pero que luego, inexplicablemente,
filtró entre sus colegas un aliento jacobino, por el cual se decretó el primer
magnicidio: el fusilamiento de Liniers, y sus camaradas, incluso del Obispo de
Córdoba, Orellana, que se salvó ‘in extremis’ de ser fusilado. El presbítero
Alberti, miembro de la Junta, no adhirió a la medida. Pero los hombres más
ilustres, Saavedra y Belgrano, se dejaron arrastrar.
La cosa
empezó mal. Quiero decir, con una mancha fea. Liquidaron al hombre (Liniers),
gracias al cual hoy no hablamos en inglés, sino en castellano”.
Agregó que “las ambigüedades dieron lugar a tempranas exageraciones, en las que
echaron raíces algunos defectos nuestros, que hoy podemos reconocer como
crónicos. ‘Sean eternos los laureles que supimos conseguir’, ¿qué laureles, en
1810? ¡Ojalá hubieran sido eternos! Lo digo con el máximo respeto, y con la
veneración conque canto el Himno.
Cantamos
el Himno, algunos con entusiasmo, otros con desgano. Somos capaces de
proclamar, sin ruborizarnos, ‘oh juremos con gloria morir’. Por lo menos,
omitimos ahora aquel verso, ‘a sus plantas rendido un león’. En la trabajosa
edificación de la Argentina seguimos
creyendo que el mito es historia, y olvidamos el sabio consejo de José Ortega y
Gasset, que vivió entre nosotros hace unos 80 años, invitado por los Cursos de
Cultura Católica: ‘argentinos, a las cosas’.
¡A las
cosas, sí!; a la realidad que nos hace pagar caro la recurrente apelación a las
ilusiones; la confusión de algunos arrebatos ingeniosos con la genialidad
misma; la satisfacción de nuestros intereses personales, o de sector, con la
felicidad pública, la memoria con el
rencor, la justicia con la venganza.
“Es notable cómo estos pasos en falso se
cubren con banderas de izquierda, de derecha o de centro. Seguimos
engañándonos a nosotros mismos, creyéndonos los mejores. Y nos cuesta registrar
la suerte del prójimo e interesarnos por ella como si fuera la nuestra,
‘Yo,
argentino’. Además somos habilísimos en copiar lo peor que encontramos en otros
sitios del mundo. Vamos alegremente de ida cuando otros regresan de sus
errores. Las modas nos fascinan. Y ahora estas corren con velocidad imparable
por las redes.
“Días pasados, una artista eximia que es discriminada ridìculamente,
insensatamente, por una especie de oficialismo cultural que resiste el paso de
todos los gobiernos, me decía que el peor pecado de los argentinos es la
envidia. Puede ser. Yo pensaba, más bien, en la infatuación y en la discordia.
¿Cómo se
curan estas llagas sociales? Me parece que no basta para sanarlas el bienestar
económico. Pues todavía este nunca podrá lograrse, equitativamente para todos,
con aquellos defectos, si persistimos en ellos como si nada.
“Un predicador moralista dirá que se hace necesaria una especie
de recuperación ética. Es verdad. Estoy de acuerdo, con tal que por ética se entienda
inseparablemente política.
Pienso en la identidad clásica de las dos
disciplinas, no solamente cultivadas académicamente sino vividas. Para Platón y Aristóteles, la ética es
política, y la política es ética. El primero, el filósofo ateniense,
confiesa en su ‘Carta séptima’, que la política fue la pasión dominante de su
vida. Y si no se dedicó activamente a ella fue porque lo disuadió -así dice- ‘comprobar la corrupción de los hombres de
gobierno, de sus costumbres, y de las leyes vigentes. Este lejano
antecedente puede explicar quizás por qué no surgen, en nuestra Argentina,
abundantes mujeres y varones con auténtica vocación política. Son numerosos los
capítulos de disuasión.
“El mismo Platón criticaba, en su ‘República’, las expresiones culturales que
manifiestan todo aquello que es indigno del hombre verdaderamente libre, lo que
él estigmatiza llamándolo ‘no libertad’,
es decir, el exceso; y la locura, manía.
Algo de
este abanico de lindezas hemos presenciado hace unos días en la babilónica
Feria del Libro. Menos mal que quedan aun muchas ‘Doñas Rosa’; gente sensata,
que no lee ni sigue las aventuras de la farándula, sino que se ocupa de ‘las
cosas’, como decía Ortega. Y la yuga todos los días.
Esta gente sí que está haciendo Patria. Patria,
digo, y no ‘Matria’, como pretenden algunas exaltadas de pañuelo verde. De paso
aludo al cambalache del predebate sobre el aborto, el desfile por el Congreso
Nacional de Don Bosco y ‘la Mignon’, Carnera y San Martín, para usar las
figuras proféticas del Platón rioplatense, Discepolín.
“El problema político es
el esencial. Desde
el 25 de Mayo de 1810, con ciclos alternados de felicidad y desdicha, sigue
irresuelto. En mi pobre opinión de viejo obispo, y ciudadano escaldado, la lógica propia del político no se puede
confundir con la del empresario.
La
primera se debe dirigir a acertar en la búsqueda del bien común de la polis. Ha
de ser una exhibición discreta y humilde de prudencia. La segunda enfoca a la
polis como si fuera una empresa. Y los números, por más importantes que sean,
se imponen indebidamente sobre la realidad de las personas, de los más pobres,
especialmente. Como es comprensible, el
empresario enfoca su acción con miras al lucro.
“La democracia recuperada les debe aun mucho a los argentinos. La resolución
del problema político sería, en cierto modo, poder votar a candidatos que más o
menos, en lo posible, conocemos. Y por plataformas realistas, que puedan
cumplirse si se ponen inteligencia, sinceridad y voluntad. El clima social de
exasperación, la grieta perdurable, no ayudan a la vivencia de un diálogo veraz
y republicano.
El evangelista Lucas (Lc 19, 41 – 44) es el único de los cuatro que registra
las lágrimas de Jesús, al llegar a Jerusalén, para cumplir su hora. Cuando
estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella diciendo: ‘Si tú
también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz. Pero ahora está
oculto a tus ojos’.
Estará bien llorar un poco por nuestra
Argentina. Pero sin olvidar que otra, la misma, pero trasformada es posible.
‘Voy a crear a Jerusalén para la alegría, y a su pueblo para el gozo. Jerusalén
será mi alegría. Yo estaré gozoso a causa de mi pueblo, y nunca más se
escucharán en ella ni llantos ni alaridos’. Así habló Dios por boca de Isaías…
Aplico estos textos a la realidad carnal de la Argentina.
El llanto, el reconocimiento de lo que somos,
y de los escapismos de nuestra historia, no pueden nublar nuestra esperanza.
‘Si Dios no existe, todo está permitido’, escribió Jean Paul Sartre. Pero Dios existe; y, entonces, hay una
distinción inconfundible entre el bien y el mal. No todo está permitido.
A ese Dios, que creó todas las cosas, y que al
contemplarlas vio que eran muy buenas, le dirigimos, como en todas las fechas
patrias esta plegaria del Tedeum. Es esta una confesión de fe en
Dios, que es Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Es, también, una alabanza, una súplica
de perdón, y una apelación a la misericordia divina. Podemos apelar a ella
porque tenemos esperanza”.