El máximo tribunal le marcó a Macri los costos de confundir inteligencia electoral y mediática, con construcción de poder.
Puede rastrearse un patrón en las dificultades que el gobierno encadena en la justicia y el territorio. En la política y el poder. Son los primeros signos claros de agotamiento de un sistema de acumulación electoral que no supo cambiar esas fichas por una estructura de poder que dé cuerpo al cambio cultural que declaman.
El gobierno es un Robocop mal entrenado. Todavía grandote, amenaza hasta que del otro lado se dan cuenta que falta músculo detrás de la armadura. El fallo de la Corte que recortó las atribuciones de Carlos Rosenkrantz tiene una explicación sencilla: el juez creyó que exacerbar su condición de delegado del presidente en el Máximo Tribunal era garantía de autoridad. Pero no reparó en un detalle: No se puede aspirar a ejercer la representación de un poder implacable como un Nazareno y al mismo tiempo cosechar admiración por el inmaculado espíritu republicano. Que, traducido a la teoría, podría formularse: no hay eficacia en la real politik si al mismo tiempo se prescinde de la amenaza de la fuerza y se espera los aplausos del público
.
Acaso ese sea otro de los equívocos del Gobierno: Creer que son los únicos cínicos del juego. El agujero del mate ya está inventado y todos lo conocemos.
De manera que hablamos de poder. Veamos que ocurrió. En una intervención relámpago, los pares de Rosenkrantz lo maniataron y le dejaron al presidente su cuerpo en la puerta de la Casa Rosada. Tenía un cartel sobre el pecho: "Tu presidente no es nuestro jefe y ya no es el presidente".
No hizo falta juicio político, ni declaraciones en TN. Fue un mensaje de poder, una materia que el gobierno, a medida que pasan los meses, desaprende. Da la impresión de que en su cúpula prevalecen hombres que ante la dificultad política se abandonan en la indolencia. Tal vez en algunos círculos se entienda que esa actitud es elegante, pero no ayuda para gobernar.
La derrota de la Corte no es el único caso, aunque si el más significativo por su crítica dimensión institucional, ya que es la última llave del sistema. Creer que cambiando al presidente se colonizaba el tribunal es una torpeza solo explicable desde una genuina formación patriarcal, que es en definitiva otra de los grandes problemas del macrismo. Una marca de clase.
Porque no es lo mismo mandar que conducir. Y lo que se exhibe en la cúpula es una mala mezcla de falta de conducción, con arranques de jefazo, con operadores que ante el fracaso o el éxito no viven ninguna consecuencia. Se deja caer, pero no se castiga ni se defiende. Es difícil ordenar así un país que tiene el gen del caos en su ADN.
Al gobierno le sobra inteligencia electoral y manipulación mediática, en la misma medida que le falta política. Son animales parecidos, pero mirados de cerca muy distintos. Algunos ejemplos. Macri es presidente porque en el 2015 arrasó en Córdoba. Sacó 71 por ciento de los votos en el ballotage. Difícil encontrar en esa provincia antecedentes de un apoyo tan monolítico. ¿Dónde estamos tres años después, en los que además se contó con los infinitos resortes de la Presidencia? A cuatro meses de la elección de gobernador, Macri esta sin candidato, sin estrategia y casi resignado a la reelección del peronista Schiaretti. Es la segunda provincia del país. Es decir, estamos hablando de cosas importantes.
Una situación parecida -aunque atenuada- enfrenta en Santa Fe, que ya se le escapó en dos oportunidades, pese al profundo declive del socialismo. Por no mencionar a La Matanza, el municipio clave para asegurar la Presidencia y la gobernación. Cuando Cambiemos vio que era imposible competir de igual a igual con el peronismo, jugó con la idea de dividirla. Fue y vino. Pero como en tantas otras iniciativas, cuando le mostraron los dientes, retrocedió y fastidiado dejo pasar el tiempo sin tomar decisiones. Duhalde partió municipios sin pestañear y no era presidente.
Cambiemos hoy pelea en el Conurbano por la módica meta de mantener el puñado de intendencias que conquisto en 2015. Y no mucho más. Tres años de una inédita concentración de poder que alineó toda el área metropolitana y la Presidencia bajo el mismo signo, no se tradujo en un avance en el territorio, que es esa dimensión de la política donde Facebook y WhatsApp permean, pero terminan acumulando en ningún lugar, si atrás no existe una estrategia de poder articulada con una dedicación que supera las ocho horas de lunes a viernes.
El riesgo también es reelegir
Todo esto nos lleva a una pregunta central. Como sabemos, el único elemento ordenador de toda la acción de Gobierno es la reelección de Macri. Esa es la línea que trazó Marcos Peña sobre la piel de la administración. Muy bien. Supongamos que tienen éxito y en la noche de octubre del 2019 nos regalan otro baile en Costa Salguero ¿Y después qué?
El segundo mandato de Macri comenzará con todos los condicionamientos del actual y varios más. Enfrentará el pago de la deuda con el FMI y ninguno de sus desembolsos, que casi en su totalidad se terminarán de consumir en este mandato. Por no mencionar el resto de los vencimientos con el mercado, que superan incluso el préstamo del Fondo. Es decir, lo más probable es que vayamos a una renegociación de la deuda, con nuevas condicionalidades. Nuevas exigencias fiscales y de reformas impopulares: del sistema previsional seguro, laboral tal vez.
La música ya la conocemos. Un último esfuerzo que ya salimos. ¿Cómo liderar a una sociedad extenuada, con un margen muy estrecho para recrear las expectativas? Pero ese no es el único inconveniente. Macri desde la noche de su reelección se convertirá en pato rengo.
Las ambiciones en su coalición ya no tendrán motivos para contenerse, dado que queda abierto el próximo turno presidencial. Ese futuro de tiros con silenciador es el que estamos viviendo, porque siempre en política el presente es el futuro.
Frente a este hecho inevitable, los gobiernos trazan estrategias para construir poder mientras lo pierden. Navegar una tormenta con al animo relajado de un día de sol, es un ejercicio de imprudencia -o arrogancia- que socava la autoridad presidencial. ¿Para qué seguir discutiendo, si es más fácil procesar al hermano y al padre del Presidente? O desdoblar la elección. Por ejemplo.
Pero que se entienda. No hablamos de Macri. Hablamos de la viabilidad en el corto y mediano plazo -después Argentina siempre encuentra la manera de reinventarse- de un país atrapado en la brillante idea de jugar a la grieta y correr el riesgo de morir en el intento.
El riesgo país es eso. La imposibilidad de acceder a los mercados es eso. La caída brutal de inversiones es eso. La tasa que destruye empleo es eso. El salto cambiario y los dos millones de nuevos pobres son eso. Es desconfianza, riesgo político. Que es lo mismo que decir: algo no funciona bien en el puente de mando.
Ignacio Fidanza
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