martes, 26 de septiembre de 2017

La Operación Maldonado

Con nada más que humo, relato y coordinación, una izquierda decidida metió al gobierno en un brete del que no sabe cómo salir
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Pintada en Autonorte y calle 100, Bogotá, en coincidencia con la visita papal a Colombia. [Foto gentileza SGA]

La Operación Maldonado es una obra maestra. Con nada más que humo, relato y coordinación, el progresismo logró poner en jaque al gobierno y todas sus costosas estructuras, ramas, e instrumentos, encerrándolo en un brete en el que cayó estúpidamente y del que ahora no sabe cómo salir. No hay un solo dato, fotografía, filmación, rastro, huella o testimonio que acredite que el tatuador errante Santiago Maldonado haya estado presente en Cuchamen cuando allí actuó la Gendarmería en respuesta a provocaciones de unos intrusos de campos que se describen como mapuches, ni hay una sola prueba o documento que atestigüe que allí hubo una dura refriega entre los agentes del Estado y los revoltosos, ni mucho menos hay indicios de que el personaje del que todos hablan haya sido capturado y cargado en un vehículo de la Gendarmería como sugiere la versión que la sociedad acepta como cierta. Lo único cierto sobre Maldonado es que no se lo ve desde hace tiempo, incluso desde algunos días antes del episodio en cuestión. Pero desde hace un mes el país todo, la oposición por supuesto, pero también el gobierno, no hace más que hablar de Maldonado. Los medios hablan de Maldonado, los docentes hablan de Maldonado, los militantes aprovechan cualquier ocasión que se les presente para hablar de Maldonado. No debe haber nadie en la Argentina que no crea que Santiago Maldonado desapareció en un confuso episodio entre gendarmes y mapuches. Y sin embargo, no hay una sola prueba de que algo semejante haya ocurrido.1
Maldonado no aparece, es cierto, pero la historia de su desaparición, al menos hasta ahora, no tiene más entidad que el avistamiento de un OVNI. Lo que sí tiene es un importante valor aleccionador sobre dos puntos acerca de los cuales hemos insistido una y otra vez. El primero es la enorme capacidad del progresismo para utilizar en función de sus propios fines los instrumentos que una sociedad desprevenida pone en sus manos, como son los medios de comunicación y las cátedras de todos los niveles, desde hace décadas ocupados, controlados y sincronizados por la izquierda. Hasta ahora esos instrumentos habían sido utilizados para imponer una determinada visión de la realidad, o una determinada lectura de la historia. La Operación Maldonado fue un paso más allá: instaló en la conciencia colectiva la existencia de un hecho cuya realidad efectiva no ha podido ser demostrada ni comprobada en modo alguno. En una pieza magistral de prestidigitación intelectual, le hizo creer en algo cuya existencia no ha sido probada. El otro punto sobre el que alecciona el episodio comentado es la absoluta debilidad del Estado para reaccionar ante una operación como ésta. Más allá de la posición firme de la ministra Patricia Bullrich, que respaldó a la Gendarmería sin por eso dejar de investigarla, el fracaso es parejo y en toda la línea, desde la justicia que no dejó error por cometer cuando surgió el problema, y que cedió a las presiones para caratular como “desaparición forzada” un caso que apenas si admite el trámite policial de la “averiguación de paradero”, hasta la ausencia de trabajo de inteligencia, esto es de conocimiento previo de actividades o movimientos potencialmente lesivos para la sociedad y el Estado, de manera de poder controlarlos antes de que produzcan efecto, o de responder de manera adecuada si es que llegan a producirlo.
La capacidad de una minoría decidida para jugar a su antojo con un Estado débil es enorme, y este tipo de situaciones van a repetirse con contornos cada vez más violentos mientras el gobierno no se decida a presentar batalla. El arma principal de la minoría progresista es su manejo de los medios y de la cátedra, y para privarla de ella es imprescindible dar la batalla cultural. El gobierno de Cambiemos ha demostrado ya su falta de voluntad para hacerlo: desde un primer momento, se embarcó en una actitud amistosa y contemporizadora con la agenda progresista, y le confió a la izquierda el manejo de buena parte del aparato cultural del Estado, incluidos sus medios de comunicación, sus institutos de enseñanza, y sus plataformas artísticas. Los resultados de esa estrategia quedaron a la vista en la construcción del caso Maldonado y en la violenta manifestación que la acompañó la semana pasada en la capital. La sociedad, una parte al menos, mostró que su temperamento es otro, y reaccionó con energía cuando advirtió que los gremios docentes se proponían manipular las conciencias de sus niños.

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