Cuenta Manuel Scorza acerca de aquel juez peruano tan poderoso y aún más temible, que un día, en cierta plaza de Ayacucho, tiro al suelo una moneda de oro, y dice el relato que durante más de un año permaneció en el piso, sin que ninguno se atreviera siquiera a moverla.
Una cierta semejanza con Cris que durante cuatro años dejó la Casa Rosada y nadie, absolutamente ninguno fue capaz de tomar ese poder, y ejercerlo por el bien del país, por eso hoy regresa, y lo encuentra intacto, casi sin uso.
Sin duda más temida que aquel juez que en definitiva demostró su capacidad de dominación por un año, mientras que el experimento Cris duró cuatro. Y nadie se animó. Vuelve con la insolencia a flor de piel, actúa durante horas su victimización ante el tribunal que pretende juzgarla, después los amenaza y se va. Es decir la torpe vulgaridad habitual.
El poder le pertenece al justicialismo, tal vez el secreto consista en la misma indefinición, tal vez en eso radique su inconmovible presencia política. El peronismo puede, sin conflicto ni rubor, albergar a la izquierda revolucionaria y a los liberales; adentro coexisten nazis y maoístas; los opulentos k comparten la mesa con los curas de la opción por los pobres que, además, son k; los súper millonarios de la CGT dan las hurras por Fidel; ateos inconmovibles van a las misas por Perón, invitados por los obispos de la liberación; todo bien desmesurado, surrealista y al mismo tiempo tan inclusivo que, nadie debería sorprenderse si en el tumulto de algún acto descubre la figura de un papa.
O sea, cualquiera sea su origen o ideología, uno siempre puede apelar al paraguas salvífico del peronismo y quedar a cubierto, esto es volverse intocable. Soy justicialista y se acabó.
Porque como otros derechos humanos, daría la impresión que ser peronista no se le niega a nadie.
Por otra parte el pueblo peronista, desde hace unos pocos años, viene entroncado con el pueblo de Dios. Por lo mismo a la hora de votar, en cualquier circunstancia la papeleta es para los peronistas, es decir para los que permanecen refugiados en el movimiento.
Claro que en el desmadre de la llamada doctrina justicialista, algunos renglones se borronearon y ya nadie los lee, por ejemplo, Perón y Evita, claramente rechazaban el aborto, mientras que los actuales peronistas por el contrario, exigen que el asesinato de los bebés sea libre, gratuito y hospitalario, ellos ven en el aborto un signo emancipador y progresista.
Los más necios se animan a sostener que es un tema de salud pública. Hay quienes se aterran frente a ese juego de palabras, tan completamente absurdo, o sea se trata de matar para sanar, pero no toman en cuenta que ahí no hay razones, en todo caso consignas que los entusiasmados autómatas repiten, sin pensar y sin espanto.
Sí que es raro el ensamblaje, pero en cierto modo lo explicitaron estos días a la hora de jurar – que de algún modo hay llamarlo – lo hacían por Perón, por Néstor, por cuchuflito, por los treinta mil, por Maldonado, por Evita, por Cris, y a veces por el tío José que se tuvo que ir a Suecia durante el proceso. Pobre tío.
“Era un pueblo extraño – diría Roberto Arlt – un pueblo que se había enamorado de sus rufianes”. Y por rara paradoja fue ese “amor empoderado”, el que instaló en el poder nuevamente a los rufianes, que ya lo sabemos, no pueden cambiar.
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