sábado, 28 de abril de 2018

El hombre que nunca estuvo allí. Por Fabian Kussman

“El apoyo que dio la junta militar chilena en aquel entonces al Reino Unido, sin duda fue importante, pero no influyó en el resultado 
Balza en un reportaje realizado en setiembre del año 2004 a un medio chileno.
En febrero de 1993, el Teniente General Martín Antonio Balza, condecoró a Pinochet con la Orden de Mayo en el Grado de Gran Cruz, en Santiago de Chile, concediendo al trasandino la máxima distinción honorífica que dispensa el Ejército Argentino.
“Las Fuerzas Armadas, y entre ellas el ejército, del que tengo la responsabilidad de hablar, pensaron erróneamente que la sociedad no poseía los anticuerpos necesarios para enfrentar el flagelo [de la subversión violenta de izquierda] y con el respaldo de muchos, tomó poder. Las fuerzas armadas estaban mal preparadas para combatir el terrorismo urbano y recurrieron a métodos como la tortura y la ejecución extrajudicial que nunca pueden justificarse”. Sentenció Balza en más de una oportunidad.
Claro, al parecer Martín Balza es el hombre que nunca estuvo allí. Durante los violentos años 70s, el siempre desinformado militar estudió en la Escuela Superior de Guerra del Perú entre 1976 y 1977 y egresó como oficial de Estado Mayor.
Cuando estuvo de regreso fue jefe del Departamento Enseñanza de la Escuela de Artillería en 1978. Desde diciembre de 1979 fue jefe del Grupo de Artillería 3 hasta agosto de 1982. Seguramente en ese lapso fue cuando denunció a sus superiores y camaradas por los abusos que Balza señala. ¿No? Esa es otra historia.
En 1992 y hasta 1999 Martín Balza ocupó el cargo de Jefe del Estado Mayor General del Ejército. En ese ínterin -en febrero de 1993 más precisamente- de las manos de Balza se desprende la Orden de Mayo en el Grado de Gran Cruz que de derecha a izquierda cruzará el pecho de Augusto Pinochet. Est sucede aunque… como dijera Sídney Edwards (Durante el conflicto del Atlántico Sur, un oficial de la Real Fuerza Aérea) “Mi opinión, que fue compartida por mis jefes en el Ministerio de Defensa y por Margaret Thatcher, es que la ayuda que recibimos de Chile fue absolutamente crucial. Sin eso, habríamos perdido la guerra”.
En su libro (My Secret Falklans War) Edwards sugiere que era más fácil trabajar con el gobierno de Pinochet, ya que no había que lidiar con legisladores en el Congreso. Sobre todo, la colaboración del Jefe de Inteligencia de la Fuerza Aérea Chilena, el General Vicente Rodríguez y la utilización de bases en Punta Arenas e incluso la Isla de Pascua para hacer descender aviones pesados y por encima de ello, los regalos que la Dama de Hierro otorgaba como un avión Jumbo con seis Hawker Hunter por el precio simbólico de seis libras, una por cada avión.
Para el hombre que nunca estuvo allí, la ayuda chilena y las bajas argentinas podían obviarse y -una vez más- quedar bien parado.

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