sábado, 23 de junio de 2018

PETER KISS: EL IMPERIO DE LOS DERECHOS HUMANOS

Desde que comencé mi vida de hombre independiente (hace algo más de medio siglo), cada vez oigo más discursos sobre los derechos humanos, sobre los derechos del individuo, etc. Cualquier comunicador en estos días alega defender alguno de los derechos mencionados, cada vez que trata de convencernos, de imponer alguna nueva barbaridad que se le ocurrió. Hoy, cuando se está discutiendo en el Congreso Nacional el tema de la despenalización del aborto, encuentro una excelente ocasión de definir una posición racional en este tema en particular.

Convengamos en que las sociedades humanas en general no son perfectas, ni lo serán nunca. Toda idea de igualdad absoluta, de igualitarismo, está condenada al fracaso, por la razón más simple de todas: no hay dos hombres iguales (hasta los gemelos idénticos, monocigóticos, difieren en algo). Lo mismo pasa con la libertad total, con las ideas libertarias: como no estamos solos, muchos miles de millones compartimos el aire en este planeta, mi libertad termina donde comienza el de mi vecino inmediato, y todo intento de exceder estos límites solo conduce a algún tipo de conflicto trágico, que podemos calificar de libertinaje. Lo mejor que pueden hacer los humanos, es fraternalizar, cooperar mutuamente, para promover cada uno la libertad de sus congéneres dentro de estos límites inevitables (y lógicos), tratando de lograr cierta reciprocidad bien intencionada, para felicidad de todos.

Entre tantas otras características de nuestra especie, toquemos el tema de los sexos. La naturaleza bisexual es una realidad biológica humana inherente a nuestra vida. Cada célula de cada individuo lleva grabada genéticamente este carácter. Cada ser humano, único e irrepetible, se origina desde la unión de dos „medias células”: una paterna y una materna: no hay ninguna otra alternativa posible. Las características físicas, las funciones (biológicas, psicológicas, sociales, etc.) diferentes de mujeres y varones están determinadas y marcadas a fuego en cada ser humano, desde el primero. Debido a esas mismas diferencias, también difieren sus capacidades, sus habilidades son distintas para desempeñar cada tarea dentro del grupo social. Si tratamos de negarlo, estamos deshumanizando a la Humanidad, y eso solo nos puede conducir al desastre. Es notable ver, que en cada época de la Historia, hubo y hay campos de actividad tradicionalmente asignadas (¿reservadas?) para uno y otro sexo (aunque en rigor la mayoría de ellos pueden ser realizadas indistintamente por ambos). Estoy de acuerdo en que – si desempeñan las mismas funciones, cumplen las mismas tareas – deben pagarles el mismo salario. También estoy de acuerdo en que se equilibren mejor los cuerpos políticos de representantes... pero no forzando las reglas electivas (con „cupos” establecidos por ley), sino incorporando cada vez más mujeres en los grupos de acción social, los partidos políticos, etc., capacitándolas en cada tema, para que haya alternativa para elegirlas luego (ya que – salvo excepciones – hay una mayoría femenina entre los votantes en cada país), no por obligación, sino por aptitud, y/o por preferencia del electorado.

Como observamos también en otras especies, entre los humanos siempre hubo algunos individuos que presentaron/presentan actitudes psicológicas diferentes a su realidad biológica. Eso por sí solo no es un problema: un varón puede ser feliz actuando y pensando como mujer, y viceversa, mientras todos los demás respeten esa actitud suya, y él respete a la de los demás. La única limitación que la biología impone necesariamente a este individuo, es que entre dos varones o dos mujeres no pueden reproducirse, de modo que esa pareja nunca podrá transmitir sus inclinaciones a su prole inexistente. La tecnología genética y médica actuales permiten ciertos „subterfugios” para superar este obstáculo reproductivo (bancos de esperma y de óvulos, vientres alquilados, etc.), sin mencionar el clonaje (crear un nuevo ser genéticamente idéntico al donante), pero yo miro con malos ojos su utilización en beneficio de población sana. Nuestra especie no está precisamente en vías de extinción, hay tantos niños desamparados, no me parecen ética ni moralmente correctas estas prácticas, aunque sean grandes logros de la ciencia actual.

Desde los albores de la Historia hasta nuestros días, los seres humanos siempre han vivido en grupos, el hombre es un ser social. Las variantes de organización de estos grupos humanos son numerosas: patriarcales (siguiendo la guía sabia de un macho „alfa”), matriarcales (comandadas amorosamente por una mujer, madre de la mayoría), con variantes monogámicas, poligámicas, poliándricas, etc. Cada variante se desarrolló, se estableció, funcionó o desapareció según su mayor o menor éxito en lograr la feliz supervivencia, el desarrollo adecuado de sus miembros en el medio donde vivían o viven. Esta célula social primaria es la que llamamos familia. Los humanos son de crecimiento lento, pasa más de una década, hasta que un niño humano se convierte en un adulto autónomo: la necesidad social es una consecuencia de esta realidad biológica. Para sobrevivir, los humanos necesitan muchos años de aprendizaje de los conocimientos y los recursos de sus mayores. Es parte de la crianza responsable de los hijos la autoridad, con la cual les imponen las reglas a respetar, las acciones a realizar en cada caso, la actitud conveniente ante cada situación: eso es lo que denominamoseducación. No confundir este término con instrucción, algo que se imparte en las escuelas, como un aporte especializado adicional (en otros idiomas, los dos conceptos están mejor diferenciados). La autoridad indiscutible de los padres, definida legalmente como „patria potestad” en todo el mundo, no puede ser superada por ninguna pretensión de libertad, de protección del derecho humano individual del hijo (salvo en casos de abuso y maltrato evidente, un tema de derecho penal). Es un tema similar la relación entre maestro y alumno: ninguna de las dos es una relación simétrica. El intento de igualitarismo, que últimamente observamos en estos campos, es la causa primaria del creciente fracaso curricular, de la degradación cada vez más acentuada de la calidad de la enseñanza en todos los niveles. Para poder obtener y capitalizar todo lo que tratan de enseñarle, todo lo que tiene que aprender, el niño necesita imperiosamente adquirir primero una disciplina, que mantenga su vida ordenadamente dentro del marco social al que pertenece. Sin este recurso, que le permite concentrar su atención en lo que debe, es imposible fijar todos esos conocimientos, y los pedagogos, que ya desde el principio encaran una tarea harto sacrificada, muchas veces se desaniman, desisten y abandonan la tarea.

El otro detalle, que últimamente me llamó la atención, es la falta de reciprocidad en estos discursos: a cada derecho, que asociamos al individuo humano, corresponde también un deber del mismo. El derecho a ser respetado lleva inherente el deber de respetar a los demás. El derecho a ser feliz implica el deber de hacer felices a los otros. El derecho a ser escuchado conlleva el deber de escuchar a los demás... y la lista es interminable. En mis tiempos, al niño se le inculcaban primero sus deberes, así podía disfrutar luego plenamente de los derechos correspondientes (que los demás tenían el deber de respetar). En la discusión parlamentaria que originó mi comentario actual, algunos alegan el derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo. Eso es correcto: ella dispuso libremente del mismo, cuando decidió tener actividad sexual con una persona del sexo opuesto, que condujo al resultado biológico lógico: el de engendrar a otro ser humano. La actividad mencionada puede ser emocionante y sumamente placentera (gastan ríos de tinta en describir y promover este aspecto de la misma), pero su objeto primario, la razón por la cual poseemos esos órganos y esas capacidades, es la conservación de la especie. Todo lo demás es solo circunstancial. El resultado de la actividad puede ser otro ser humano: cuyos derechos (desde el instante mismo de su concepción, afirmados en la Constitución Nacional y en las Convenciones internacionales suscriptas) son los mismos que los míos y los del lector, y respetarlos es un deber insoslayable de la madre en cuyo seno fue concebido.

Resumiendo: estoy claramente a favor de los derechos humanos, de la libertad de cada hombre y cada mujer de decidir libremente, qué hacer, de disponer de su cuerpo como le plazca... pero – como aclaré antes – este derecho también implica el deber de respetar el derecho de los otros. En pocas palabras: podemos decidir libremente, qué hacer o no hacer en cualquier circunstancia de nuestra vida... pero no podemos evitar enfrentarnos, de hacernos cargo de las consecuencias de cada uno de nuestros actos. Eso se llama humanismo bien entendido, imperio pleno de los derechos humanos.

Existen algunas razones clínicas, por las cuales los médicos recurren al aborto: por ejemplo, cuando la gestación pone en serio peligro la vida de la madre. Hay que elegir entre salvar una vida o dejar morir a ambos... pero eso no es un derecho, sino una solución de emergencia. Existe también un recurso de derecho penal, cuando el daño psicológico causado a una mujer brutalmente sometida y violada hace aconsejable recurrir a este extremo... justamente, porque ella no dispuso libremente de su cuerpo en ningún momento. En ninguno de los dos casos se trata de un derecho humano, sino de sacrificar a un ser humano incipiente para salvar a otro de males mayores.

En estos tiempos de tanta ciencia, de tantos avances tecnológicos, hay cada vez más pensadores, que se sienten omnipotentes. Ya desde principios del siglo pasado leemos obras condenatorias de toda idea religiosa, de toda convicción que afirme la existencia de algún intelecto superior, de una voluntad intemporal que guíe nuestros pasos, nuestro destino. Sin embargo, al avanzar vertiginosamente las investigaciones, al hacer los descubrimientos cada vez más espectaculares – en cualquiera de las ramas de las ciencias – estamos llegando a límites cada vez más lejanos y menos prometedores... porque hoy ya sabemos, que no estamos capacitados para abarcar la totalidad, que por cada certeza que comprobamos, despertamos al menos diez dudas, surgen hipótesis nuevas, quien sabe si alguien logrará resolverlas en el futuro. Todas las creencias religiosas que la Humanidad adquirió o desarrolló, cumplen y cumplían un solo propósito: responden a la necesidad de tener una fé, alguna esperanza de trascendencia en esta vida biológica, que conlleva tantos riesgos de todo tipo, y que termina probadamente con la muerte.

Como primer punto de análisis, tomemos el fenómeno que llamamos vida. Este fenómeno tuvo un punto de partida: en algún momento del pasado lejano, en algún mar, charco u océano (fue en agua, no hay duda), en determinadas condiciones físicas y químicas (composición de la solución, temperatura, presión, etc.), se formó una unidad nueva, una (o más de una) célula vegetal (como un alga verde), que poseía un nuevo instinto o conocimiento propio. Poseía un recurso tecnológico (la clorofila) y un método (la fotosíntesis) para aprovechar los recursos disponibles en su entorno, utilizando la energía radiante del Sol, para crecer y reproducirse (en nuevos individuos idénticos), registrando y transmitiendo los métodos adquiridos (por genética). La radiación solar, además de ser fuente de energía, los sometía a un bombardeo continuo de neutrones, provocando cambios genéticos en cada generación, dando lugar a la aparición de cada vez más nuevas especies a lo largo de los siglos. Está científicamente probado a esta altura, que todos los seres vivos, millones y millones de especies, existentes o ya extintas, proceden de este único progenitor primario. Otra prueba del inicio descripto es el agua misma: es el componente principal del cuerpo de todos los individuos vivos actuales, en forma de „suero fisiológico”, cuyo contenido salino es prácticamente idéntico al de los mares. El día que el Sol se apague, desapareceremos sin pena ni gloria.

Hay dos problemas sin resolver aquí: a) que la probabilidad de que se dén al mismo tiempo, en cualquier punto del Universo que conocemos, todas las condiciones que fueron necesarias para este suceso, es tan remota, que no hay nada más improbable en este mundo; b) que todos los intentos científicos, donde reprodujeron artificialmente todas esas condiciones en un laboratorio, han fracasado. Aunque se produjeron las reacciones bioquímicas necesarias, nunca se obtuvo un ser vivo, como el vegetal, del cual todos descendemos. Hasta que alguien logre demostrar lo contrario, nos cabe llegar a una única conclusión: que existió o existe una voluntad creadora, para que aquella célula tuviese vida propia, instintos de desarrollo y de reproducción. Aquel que dice, que la vida se inició „por casualidad”, no sabe lo que está hablando. Aclaremos: no estoy predicando ninguna nueva religión. Todo lo que relaté hasta aquí, es lo que las ciencias naturales lograron descubrir hasta el momento. Solo quiero agregar, que por el momento pienso que aun estamos lejos de poder descartar las religiones, que son solo sistemas dogmáticamente ordenados de lo que cada grupo de hombres necesita creer, para enfrentar con valor las incertidumbres y los peligros que enfrenta día a día en su vida breve y miserable, debe tener derecho a ello.

Esta misma vida es la que posee el ser concebido en el seno de cada mujer. Por eso me opongo a dejar librado al capricho de cada mujer embarazada la decisión de abortar cuando se le ocurra. Si seguimos avanzando en este camino, mañana podremos autorizar legalmente a los padres a matar a sus hijos, cada vez que les hagan perder la paciencia, o a sus padres inválidos, cuando atenderlos se convierta en una carga, coartando su libertad de vivir feliz y despreocupadamente sus días.

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