Señor Director:
En virtud de que
se produjo hace un tiempo la apertura de una cátedra sobre el aborto en una universidad
santafecina, y que en Chile hubo un debate parlamentario para despenalizar el
aborto, el arzobispo de Concepción, monseñor Fernando Chomali, envió una carta
a un importante diario de ese país, a la que se refirió el columnista del
diario “La Prensa”, Pabro S. Otero, el 20 del actual, de cuyos conceptos,
extraigo, el siguiente: “Los más fuertes se atribuyen el poder de tomar una
decisión respecto del más débil. Ello es arbitrario. Además, se atribuyen el
derecho de decidir si una vida merece o no ser vivida. Ello es arrogante”. A
ese respecto, el mes pasado la senadora
Mónica Macha (FpV-PJ), había
presentado en el Senado bonaerense una iniciativa para “garantizar
legislativamente el protocolo de abortos no punibles y la protección integral
de la salud de las mujeres”. Debo aclarar que procrear no es una enfermedad, sino el cumplimiento de un mandato
natural de conservar la especie humana, por el único medio existente por la Ley
Natural, ya que el Creador dijo a Noé: “Creced y multiplicaos y llenad la
Tierra” (Génesis, IX, l). Por si hiciera falta, el aborto es un delito -por
atentar contra la vida-, tipificado por el Código Penal, y, además, la vida
está garantizada desde la concepción hasta la muerte natural por la Constitución
Nacional y el Pacto de San José de Costa Rica.
La Convención
Americana sobre Derechos Humanos, suscripta por los miembros de la Organización
de los Estados Americanos, en San José de Costa Rica, el 22 de noviembre de
1969, fue convertida en ley de la Nación por el Congreso el 1º de marzo de
1984. En su artículo tercero, proclama que “toda persona tiene el derecho a que
se respete su vida, a partir “del momento de la concepción”. (1)
Asimismo, el
padre Domingo M. Basso, en su fundamental obra Nacer y morir con dignidad,
expresa que se “comenzó con los más débiles y desamparados… los niños no
nacidos, pero se ha de proseguir, tarde o temprano, con los adultos, según
veremos. Primero, serán los moribundos desahuciados; luego, los ancianos
inválidos y molestos; finalmente, los enfermos y los débiles”. (2)
Por su parte,
Jean Rostand, Premio Nobel de Biología, ha señalado: “el hombre, todo entero, ya está en el óvulo fecundado. Está todo
entero, con todas sus potencialidades. Por lo tanto, todo aborto es, sin duda,
un asesinato. El cadáver -subraya Jerome
Lejeune- será muy pequeño, pero hay homicidio”. (3)
Además, la
Declaración de los derechos y deberes internacionales del hombre, redactada por
el Comité Jurídico de la Unión Panamericana, cuyo artículo primero expresa:
“Toda persona tiene derecho a la vida; este derechos comprende el derecho a la
vida desde el momento de la concepción, el derecho a la vida de los incurables,
los imbéciles y los insanos”. (4)
Parece importante consignar una frase del Evangelio
de San Mateo (10, 21). Dijo Jesús: “El hermano entregará al hermano para que
sea condenado a muerte, y el padre a su hijo…” “Los hijos se revelarán contra
sus padres y los hará morir…”. Pareciera que Jesús se refería ya al aborto. La
generación que hoy mata a sus hijos se arriesgan a ser víctimas de la eutanasia
cuando los hermanos vivos de los abortados sean grandes. (5)
1/4) Del libro
“Derecho a Nacer”, por Alberto Rodríguez Varela, Abeledo-Perrot, 1993, pp. 16 y
18.
5) Ibid,
“Aborto, Tóxicos y Adolescentes”, por Carlos Abel Ray, p. 54.
Con cordiales
saludos,
DNI 18.221.024
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