jueves, 1 de junio de 2017

El comunista que admira Cristina: Antonio Gramsci y la revolución sexual del Nuevo Orden Mundial.

El camino es alentar el ateísmo y forma parte de la estrategia dictada por el filósofo comunista italiano Antonio Gramsci y simultáneamente destruir a la familia, para erradicar de la vida de las personas  sus creencias  sagradas y la moral cristiana.
Esta destrucción familiar, para acabar con los criterios cristianos, les interesa a muchas personas, no sólo a los comunistas. A ellos se suman intereses racistas, comerciales y económicos, que incluyen a los masones distribuidos por el mundo e infiltrados en todas las actividades de cada país. Por eso, el apoyo económico a la estrategia es inmenso.
Si tratamos de imaginarnos una familia verdaderamente destruida, terriblemente destruida, completamente destruida, podríamos imaginar a una familia en la que los esposos se lastiman, se engañan y se separan; una familia en la que las madres abandonan a sus hijos, o… tal vez… una en la que las mamás matan a sus hijos y los hijos matan a sus padres enfermos.
Suena algo terrorífico, pero… eso es lo que persigue la estrategia  gramsciana, dirigida desde el Foro de San Pablo en Brasil y desde  la Escuela de Frankfurt, ambas organizaciones tenebrosas, cuentan con el beneplácito y adhesión de Cristina Kirchner, Hay que tener en cuenta que la única vez que el nefasto Néstor Kirchner concurrió a votar en el congreso en su condición de diputado, fue para aprobar el matrimonio igualitario entre homosexuales, lesbianas y travestis. 
Es un reto grande:
¿Cómo hacer para que familias  sólidas, unidas, aferradas a sus creencias, tradiciones y valores cristianos y familiares se desintegraran?
No podían sacar de repente anuncios que dijeran: “maridos, abandonen a sus mujeres; mamás aborten y maten a sus hijos; nietos, maten a sus abuelos”. Nadie les hubiera hecho caso.
Así que se preguntaron: “¿qué es lo más sagrado en la familia, lo que más aprecian estas familias cristianas?” Los hijos, fue la respuesta.
Arremetamos contra ellos y convenzámoslas de que tener un hijo es lo peor que les puede suceder. Después de eso, el resto será fácil.
Usaron dos estrategias: una, disfrazada de ciencia, para llegar al ámbito económico y de las empresas, que la desarrolló Malthus en su teoría demográfica de la sobrepoblación y la carestía: “si la población sigue creciendo, no habrá alimentos suficientes para todos”.
Aunque era totalmente ridícula, porque la historia de la evolución del mundo demuestra lo contrario, la propagaron por todos los medios, con fotografías desgarradoras y gráficas llamativas, de manera que pareciera la pura verdad. Y el mundo… se lo creyó.
Ahora vemos las consecuencias en las poblaciones envejecidas de Europa.
La otra estrategia fue una campaña publicitaria, dirigida directamente a cambiar la mente del pueblo, en el que ya existía un gran interés por el consumismo desenfrenado y  tener cosas materiales. La campaña consistía en un solo mensaje aparentemente aceptable y poco dañino, que decía así: “La familia pequeña vive mejor”.
Cualquiera que analice la frase racionalmente, un solo segundo, se dará cuenta de que es mentira, pues todos conocemos familias grandes y pequeñas que viven bien y también conocemos familias grandes y pequeñas que viven muy mal. Así que… nada que ver con la verdad. Pero… nos la repitieron tanto, tanto, tanto, tanto… durante tantos, tantos, tantos años (más de veinte), que nos la llegamos a creer.
La frase aparentemente nada dañina, traía dos fines muy bien planeados:
1) Que la gente relacionara e igualara el “vivir mejor” con el “tener más cosas”, de esa manera… el hombre olvidaría que “vivir bien” significó algún día ya lejano, “portarse bien”, “ser bueno”, honesto, digno, honrar la palabra empeñada
2) Que la gente empezara a ver a los hijos como los enemigos del bienestar.
Con esto, el hijo dejó de ser un don maravilloso de Dios y pasó a convertirse, en la mente de muchas personas, en el inconveniente potencial del bienestar familiar.
Como la gente olvidó que el “vivir bien” tenía mucho que ver con el “ser bueno”, las virtudes y valores familiares pasaron a un segundo plano casi olvidado, (exactamente lo que buscaba la estrategia de Gramsci), y fueron sustituidas por el “si quiero vivir bien, debo tener pocos hijos para poder tener más cosas”.
Por supuesto, la industria farmacéutica de los anticonceptivos y todos los vendedores de “cosas”, de cualquier cosa que pudieran comprar las familias, apoyaron felices esta iniciativa. Significaba mucho, mucho, mucho dinero para ellos. A un cristiano convencido de sus valores, difícilmente le puedes vender algo que realmente no necesite, pues sabe del recto y lógico uso de las cosas materiales y de lo efímero del materialismo del mundo, aquí cabe recordar la sentencia de San Ignacio de Loyola: “El mundo es traidor, promete y no cumple y si promete y cumple, no satisface tú corazón y si promete, cumple y satisface tú corazón, NO ES PARA SIEMPRE”.
En cambio, a alguien que pone el materialismo por encima de los valores cristianos, le puedes vender… lo que quieras. Por eso recibió tanto apoyo esta campaña. Pero todavía no lograban destruir a la familia (sólo la habían hecho chiquita), así que completaron su estrategia con una segunda campaña, que sonaba casi igual que la anterior.
De nuevo, una frase solamente, repetida millones de veces, por todos los medios y durante mucho tiempo: “Pocos hijos para darles mucho”.
Esta segunda campaña, que duró otros veinte años, además de reforzar las ideas de la primera, (el hijo como enemigo y el cambio de los valores por el materialismo), trajo como consecuencia una generación de padres que se sintieron obligados a “darles mucho” a sus hijos únicos, (todo lo que pidieran), para compensar la falta de hermanos.
Y así crecieron estos niños, egoístas, demandantes y exigentes, acostumbrados a dar nada y recibir mucho, (todo lo que quisieran). Ahora… estos niños ya son adultos y se están casando con niñas de la misma generación, igual de egoístas, demandantes y exigentes, que no saben dar y se sienten con derecho a recibir mucho, (todo lo que se les antoje).
El resultado, ya lo estamos viendo: matrimonios que duran uno o dos años, cuando mucho. Una verdadera epidemia de divorcios. Gramsci era muy listo, sin duda.
Otra consecuencia que trajo esta segunda campaña de los pocos hijos, fue una generación de mamás que se quedaron sin nada qué hacer cuando sus hijos únicos crecieron. Mujeres de cuarenta años que se encontraron un día con que lo único que tenían que hacer, a falta de otros hijos a quien entregarse, era pensar en ellas mismas, en su autorrealización.
No sólo ésta es la causa, pero sí es una de las raíces del Feminismo radical: mujeres cuarentonas que se sienten oprimidas, (porque no tienen a nadie más en quien pensar), y desean liberarse de su soledad y falta de actividad, para realizarse. En esta generación encuentran una tierra fertilísima el físico culturismo, las cirugías estéticas, los cursos de auto superación y todas las corrientes del New Age que promueven, ante todo, el sentirse bien con uno mismo.
El resultado… miles de mujeres que abandonan sus hogares para “estar bien consigo mismas”. Otro triunfo de la estrategia de Gramsci. Mano de obra barata para los ricos que diseñan el mundo.
Y… bueno… ¿A quién se le antoja llegar a una casa en donde sólo vive una mujer cuarentona, operada de pies a cabeza, que vive a base de apio y agua, habla del ying y el yang y que sólo piensa en sí misma? A nadie. Creo.
Esta generación de esposos, hombres, significó un mercado hermoso para las industrias de la pornografía y la prostitución. El adulterio… sí… una medalla más para Gramsci.
Una vez que la mente del pueblo aceptó la separación de la sexualidad y la fecundidad, la aceptación de lo demás ya viene por sí sola: de la anticoncepción vienen luego las relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio y ¿por qué no? la homosexualidad. Si una cosa  vale, la otra también.
Y… una vez que la mente del pueblo aceptó que el hijo atenta contra el bienestar material, entenderá fácil que no sólo hay que evitarlos, sino que también hay que matarlos cuando no los deseamos.
El aborto: mamás que matan a sus hijos… corona de laureles para Gramsci.
Aún hay más: si el niño por nacer significa un estorbo para el bienestar, mucho más lo será un anciano, un enfermo o un niño deforme. Eugenesia… selección de embriones… y eutanasia: mamás que matan a algunos hijos y se quedan sólo con los sanos y nietos que matan a sus abuelos enfermos… Gramsci, te mereces un aplauso, has destruido a la familia cristiana.
Ahora sí, con la “Revolución sexual” y el “Consumismo”, la sociedad ya ha colonizado todo el espectro  político, si hasta hace unas décadas la sociedad política era sucia y con muy pocos valores, ahora  además está invadida por la corrupción.
Leyes que aprueben todo lo anterior: matrimonio igualitario entre homosexuales, lesbianas y travestis, anticoncepción (salud reproductiva), homosexualidad (ideología de género), concubinato, aborto, eugenesia y eutanasia y consumismo inútil hasta en 18 cuotas.
Adelante Gramsci, la mesa está puesta para ti, cuando se cumplen ochenta años de tú muerte.

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